Jacob Aquino Muñoz.
23 de agosto de 2013.
La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella. Emil Michel Cioran (1911-1995) Escritor y filósofo rumano.
Hay diversos síntomas que nos llevan a pensar que una sociedad está en caos.
Por ejemplo, las guardias comunitarias simbolizan la inexistencia de un Estado, cuya obligación debería dar seguridad a sus ciudadanos. El crecimiento desordenado de las ciudades es también un ejemplo más cuando la autoridad abandona sus obligaciones, cuando mira para otro lado.
Para este artículo, me voy a referir al caos social provocado por el transporte público, una situación terrible que tiene aterrorizados a los ciudadanos que habitamos esta ciudad capital.
Hace años, en 1999, por pura casualidad tuve la oportunidad de cruzar la frontera guatemalteca, en una visita relámpago a la ciudad de Malacatán. Son apenas unos 15 kilómetros de distancia de la frontera mexicana, pero me encontré con un mundo muy diferente.
Lo primero que pude observar es que habían muchas personas civiles portando armas, las exhibían sin pudor. Más que en Guatemala, me daba la impresión de estar en el medio oeste norteamericano. Solo faltaba que se desarrollará un duelo entre pistoleros a media calle.
La segunda observación es la gran dominación que tenía el transporte público sobre la ciudadanía. El centro del pueblo era un verdadero caos, con camiones tocando claxon a diestra y siniestra, interrumpiendo el paso de otros vehículos, principalmente a otros transportistas que trataban de hacer lo mismo.
Ese espectáculo quedó grabado en mi memoria como una señal de retroceso social, de un desarrollo humano pero en sentido contrario, en ese mismo sentido por donde camina el transporte público tuxtleco.
En Tuxtla Gutiérrez, la función de controlar el tránsito vehicular la tiene la autoridad municipal. Un paquete que no ha podido manejar ni controlar adecuadamente desde hace años. Hoy en día, la autoridad de tránsito no es respetada, precisamente porque esa autoridad no es ejercida adecuadamente ni de forma cotidiana.
Al no tener muchas opciones con el automovilista común, los agentes de tránsito han encaminado sus esfuerzos hacia la gente más humilde, la del medio rural, que por alguna razón tienen que acudir a la ciudad capital. Vemos que la actuación sobre ellos es más incisiva, es casi raro ver que detengan a un vehículo de alto valor. Al transporte público, ni lo conocen.
El escenario de Malacatán está presente en Tuxtla Gutiérrez, con todos sus males y todos sus vicios. El transporte público está sin control. Algunas unidades del transporte público circulan sin placas y la mayoría están totalmente deterioradas.
El uso del claxon es excesivo para llamar la atención de los pasajeros. En esta ciudad se volvió una moda. Si aún no sabe cómo medir un instante, le diré que es el tiempo que tarda en ponerse el semáforo en verde y oír el pitazo del taxista atrás.
Muchas unidades del transporte público tienen accesorios deportivos, escapes rugientes, parecieran que están preparadas para correr en la Nascar. Ver un taxi deportivo es, de entrada, un aspecto chocante, golpea el ojo y también el oído. El estilo de manejo es otra cosa. Ni Checo Pérez podría ganar una competencia entre taxistas tuxtlecos.
Por eso mismo, por esa actitud del transportista, pero sobre todo por la nula actuación de la autoridad de tránsito, el número de accidentes en donde se ven involucradas las unidades del transporte público rebasan la cantidad de accidentes entre particulares. Los daños a los pasajeros y transeúntes son cotidianos.
La situación es así, pero la autoridad no la ve, mira para otros lados, sus intereses están lejos de los problemas que aquejan al ciudadano.
Comentarios al Correo electrónico: jaquinom23@hotmail.com. Twitter @jaquinom23. http://jacobaquino.blogspot.mx/
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